Por Santi Alonso
@santiagopalonso
Me desperté temprano para un día como hoy, navideño y con cierto grado de culpa vi un tweet de un amigo periodista de mi misma edad que con lo que puso me hizo sentir un poquito mejor:
"Ayer veía a los pendejos de 17/18 con tantas ganas de seguir largo y yo con tanto sueño que me bajoneó."
Si bien uno no tiene setenta años, está claro que alcanzó determinada edad y las diferencias con los púberes se hacen notar y mucho.
A principios de la década del 2000 uno, con 15 años y la escuela secundaria como única obligación en términos de carga horaria, tenía las pilas suficientes como para, después de las 00:00 hs de Nochebuena, comenzar con una maratón de risas, algún fernet, videojuegos o salida a algún lugar en tanto y en cuanto nuestros padres se coparan con alcanzarnos hasta la casa de un amigo que oficiaba como base central de operaciones.
Más adelante, ya con 18, 19 y 20 años y con la posibilidad del uso del auto en cuestión, la joda post Nochebuena ofrecía todo tipo de posibilidades. Ir a cualquier lado, a una plaza ,a algún lugar para hacer como que bailaba y , los más persistentes, entregarse a las largas colas de los bares que aún pintan la noche de Castelar y Ramos Mejía. Es así que, después de otra maratón de risas, bebidas de todo tipo salvo para a quel que maneja, pocos videojuegos y algunas miradas con jovencitas, nos aprestábamos a volver a nuestras casas en horarios en los que nuestros padres se estaban levantando.
A las 11.30 de la mañana, caíamos en nuestros hogares con cara de circunstancia y con el único impulso de saludar y pedirle a nuestro cuerpo con alta graduación alcohólica que tuviera la fortaleza suficiente como para permitirnos llegar a nuestras camas sin caer derrotados en el sillón. Por aquel entonces un dolor de espalda era algo menor al lado de la noche que "supimos conquistar".
Mucho tiempo después, también en post Nochebuena, las costumbres cambiaron, empezamos a levantarnos excesivamente a horarios poco amigables para quienes disfrutamos de la nocturnidad y nos fuimos amoldando a una vida cuasi campestre, de tranquilidad y pocos sobresaltos. No sólo en las fiestas, sino en nuestras salidas nos es molesta la música fuerte "por que no se puede hablar y quedamos como boludos intentando mantener una conversación a los gritos". Pasamos entonces de escuchar a David Guetta en algún lugar bailable a Green Day, Los Ramones o Creedence en volúmenes aceptables en bares donde se puede charlar de las mismas pavadas pero con la clara nitidez que el ambiente permite. Eso si, el beber es algo que no se perderá jamás. Algunos estudios hasta indican que la tendencia a la ingesta de una buena cerveza se hace más disfrutable con el correr de la edad.
Incluso y contrario a su modo de ser, hasta le parecerá raro ver a pebetes de 15 años abrazados a dos señoritas y con una botella en la mano. De inmediato, alguno de nosotros -incluso con el tupé de brindar una mirada reprobadora - dirá "Mirá vos, estos pibes a los 15 años ya andan tomando y teniendo una vida sexual activa" (Nota del autor: para guardar las formas omitimos el verdadero término utilizado por buen gusto, ya que decir "garchar", no nos parece de buena educación). En el fondo no es la moral la que habla por nosotros sino la envidia, dado que cuando nosotros teníamos la edad del afortunado joven que transita la calle Santa Rosa, nuestro clímax de alegría pasaba por destrabar personajes secretos de algún juego de pelea del Sega o Playstation 1.
Mas allá de esta "nueva" costumbre, la sangre no llega al río y aún así uno puede visualizar bellas señoritas que pueblan esos lugares, los mismos en donde estamos nosotros. "En una de esas en el boliche (término de antaño, ya se), no hay más lugar" o "Por ahí buscan algún hombre experimentado". Una vez más la lamparita imaginaria se prende encima de nuestra cabeza y, ya sea por lógica o desesperación, consideramos que esos hombres experimentados somos nosotros!
Entonces, dejamos de sentir culpa por no tener ganas de ir a bailar y pasamos a sentirnos el James Bond de Pierce Brosnan o Paul Newman recordando que, cuando nosotros teníamos 18 años, nuestras compañeras de secundaria o facultad estaban a la búsqueda de hombres con algún kilometraje extra en la vida. De esta manera entendíamos que el hecho de tener 27, 28 o 29 años era algo capitalizable en esa noche.
Creyéndonos un dandy alzamos nuestro dedo para solicitarle al camarero un Martini, otro, con ganas de ser Humprey Bogart pide un Whisky y finalmente, un tercero experimenta la fuerte necesidad de emparentarse con Clark Gable y aclara que esta vez quiere un vino "del bueno" y no un Uvita Fiesta como hubiera requerido allá cuando usaba claritos en el 2003.
Los tres alzamos la mirada y ya con nuestras bebidas en la mesa sentimos todo en color blanco y negro. No damos más de la sofisticación. El que bebe el Whisky exclama "si yo fuera mina, me tiraría encima mío de inmediato" (?). Será el más valiente el que arroje la primer mirada levante la ceja a la mesa contigua con las cuatro damas alzando su Martini. Derrochamos sensualidad, sofisticación y creemos que es mucho lo que podemos dar a esas cuatro jovencillas recién salidas de la secundaria. Se ríen y lo entendemos como una señal de aceptación. Justo cuando el portador del Martini se apresta a levantarse para iniciar una conversación aparecen tres copias exactas de Justin Bieber para irse con las muchachas. Mantenemos la cara de póquer para no parecer, además de "viejos", unos salames de campeonato.
Una vez retiradas las damas con sus mocosos correspondientes, llega "Polémica en el Bar". Escuchamos mentalmente al gran Edmundo Rivero con "Cafetín de Buenos Aires". El bebedor del Martini, que dicho sea de paso, ya va por el cuarto en tiempo récord, golpea la mesa y alimenta la charla con la entendible indignación. "En nuestra época las pibas de 18 andaban con flacos de 27, 29 años". Otro quizás razona que en una de esas "andaban con ciertos flacos que no necesariamente debían ser nosotros". La cantinela y el enojo siguieron durante media hora.
Se hicieron las tres de la mañana y cada cual ya se va a su hogar mientras ve que más jóvenes de 16 años andan a los besos. Salvo que hubiese sido algún amigo nuestro, en lo único en lo que pensaremos es en "pendejos de mierda", como únicas palabras.
Habiendo comprendido el escenario de cada Nochebuena, interpretamos que lo mejor es "volver a las raíces" y juntarnos en una casa a compartir fernet, videojuegos, chistes verdes y confituras de todo tipo. Entre partidas en la Playstation 3, algunos audios de Tangalanga y "El Humor de Jorge Corona", Pan Dulce, turrones y alcohol la noche se va, esta vez sin tanto rechazo de esas señoritas por que, como supieron decir los talenosos Les Luthiers en "Los Jóvenes de hoy en día", "No hay derecho a que lo pasen tan bien".